El día a día laboral
suele traerme algunas gratas sorpresas.
Aparte de
escribir (dicho sea de paso, no es algo que me genere ganancias por el momento)
me gano la vida trabajando en una empresa privada en el área de compras, lo que
es un auténtico trabajo de oficina. Allí paso mis nueve horas al día para poder
llevar el pan a mi familia; no me quejo, es un lindo trabajo, mejor que muchos
otros. Pero lo que quería contar es que ayer vino a visitarme a mi oficina una
persona de otra provincia de Argentina, la cuál hace un tiempo compró un
ejemplar de "20.000 Palabras". Era la primera vez que hablabamos de lo
que le pareció el libro y fue una charla gratificante para mi. Trajo un montón de preguntas después de haberlo leído, si eran historias reales, sobre algunos de los personajes, y bastante más.
Que a un autor le
pregunten cosas sobre su obra es algo invalorable, que me hayan dicho que hubo
historias del libro que lo emocionaron sobremanera no tiene precio, poder
contestar preguntas sobre como me fueron inspirados o donde surgieron "La
cita", "¡Ella no es mi esposa!", "Diario de la
tristeza", "La mujer sin alma", "Apenas dos copas" y
sobre alguna otra más fue algo que me alegró inmensamente el día.
Es cierto, no es
la primera vez que lo hacen, gracias a Dios han sido unos cuántos, pero honestamente,
que de vez en cuando que alguien se aparezca de la nada a preguntarme por estas
sencillas historias hacen que siga adelante y que un día como hoy, me hagan
volver a revisar, a corregir y a agregar a los borradores de lo que se viene en
los próximos meses.