Alguna vez
hablé en este mismo diario sobre mis personajes, diciendo que en muchas ocasiones me
daba la impresión de que en determinado momento se detenían a observarme y a
esperar a que les de instrucciones de cómo seguir en la historia, como si yo
fuera un director y ellos los actores. Sucede que cuando escribo suelo
encontrarme con ellos, a conversar acerca de cómo son, que sienten y que harían
en cada paso que les toca actuar en la ficción que estoy creando. Ha
pasado tiempo que no estoy con ellos, ni he vuelto a entrar a sus mundos, casi
que los he abandonado por mis problemas de la vida. Vuelvo a pensar
en lo escrito hasta hoy. Me sumerjo en esta historia que suplica por su final, paseo por sus escenarios y los lugares donde se desarrolla todo, la imagen es la de una ciudad abandonada, con maniquíes inertes como únicos habitantes, como si se tratara de un ensayo nuclear de los años '50. La
contemplo como a un universo congelado en el tiempo, esperando por mí, a que me
digne nuevamente a apreciarla y a devolverle la vida. Creo que la
merece.
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